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6 de marzo de 2010

CAPITULO 3.


Bastó una "tentadora invitación" dos días después para tenerle en casa de visita.
Esta vez la reunión era en el cuarto de Maria. La  visita me soprendió a altas horas de la madrugada, todo transcurrió normal, entre bebida y un poco de charla.
La oportunidad llegó cuando Maria calló rendida y dormida profundamente en su cama.
Allí estabamos "el chico de los ojos color carbón" y yo.
Miradonos, callados, timidos...

"...Te miro, me miras, se que mis ojos te ponen nervioso
y te ríes, y no sabes que me muero..."

Quisiera decirte tantas cosas en un segundo
y no puedo, ¿acaso no ves que tiemblo?
pero tu te acercas mas, y yo no puedo mas...
poco a poco y lentamente tus ojos se cierran
y siento tus labios que se acercan mas,
poco a poco y lentamente quiero continuar riendo
pero siento algo muy dentro que me calla y nada mas.

Te abraso, me abrasas y me siento dueña de tus sentimientos
y te quiero, yo te juro que te quiero
pero no te acerques mas porque voy a explotar.

Pero el beso fue inevitable...fue un milagro besarte
ese beso fue el dulce encuentro de dos almas que se buscaban

Fue el milagro conocerte y el pecado preguntar
si viajas solo por la vida y si aceptas de inquilina
entre tus brazos, a esta pobre pecadora, abandonada.

A raíz de ese beso, nació un sentimiento
que ya conocía y daba por muerto
pero esta vez, sera diferente para él,
y para mi...

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Me sobro el atrevimiento para invitarle a un lugar mas tranquilo "mi cuarto"
Cuando me quise dar cuenta, estabamos de pié tan pegados en uno al otro, que me costaba distinguir dónde terminaba mi cuerpo y empezaba el suyo. Parpadeé al notar que su mano subía hasta abarcar mí seno por encima de la blusa. Sólo era consciente de su rostro, que quedaba ensombrecido por las luces verdes y azules que salian de mi televisión.
 Nadie nos miraba, nadie nos veía. Habíamos pasado a ser parte de un todo más grande, pero al mismo tiempo estábamos al margen. Pude fijarme como nuestra sombras empezaron a besarse. La habitación se había convertido en una orgía de lujuria que se olía y se saboreaba de forma tangible, la vi reflejada en sus ojos, y supe que él también la veía en los míos, Sin interrupción alguna, con fluidez, nos dejamos llevar.

El sudor me caía por la espalda, y a él le perlaba la frente. Todo se había convertido en calor y en ritmo.
Al notar que su erección presionaba contra mí vientre, abrí la boca ligeramente en una reacción silenciosa.
La mano que cubría mi trasero se abrió, subió hasta llegar a la base de mi espalda, volvió a bajar, y me apretó aún más contra su erección.


Estaba perdida. Estaba perdida en sus ojos, en sus caricias, en el latido rítmico de la música  de nuestros cuerpos y la lujuria. Llevaba mucho tiempo conteniendo mis propios deseos, y no podía seguir luchando.
Vi el brillo de sus ojos, y supe el momento exacto en que notó mi reacción. Sí él hubiera sonreído con petulancia o me hubiera mirado con lascivia, lo habria dejado allí, pero entornó un poco los ojos y su expresión reflejó una mezcla de determinación y de admiración. Me miró como si estuviera dispuesto a dejar que nuestros cuerpos se unieran para siempre, como si le diera igual no volver a mirar a ninguna otra mujer en su vida.
      Deslizó la mano hasta mi muslo, bajó mis pantalones, y siguió bajando hasta que pudo deslizar la mano por debajo de la prenda. Sus dedos fueron ascendiendo hasta mi sexo, y presionó la base de la mano contra mi clítoris por encima de las bragas.
Sus ojos se ensancharon ligeramente cuando sus dedos entraron en contacto con mi sexo húmedo. Sus labios se entreabrieron en un jadeo. Mi cuerpo se sacudió cuando su piel entró en contacto directo con la mía. Y solté un gemido gutural.
     Sus dedos juguetearon con los pliegues de mi sexo antes de empezar a acariciarme el clítoris.
Me recorrió una oleada de placer.
Todo estaba centrado en "el chico de los ojos color carbón", en su mano, en sus ojos, en su erección, que seguía presionando contra mi cadera. Cuando se humedeció los labios con la lengua, mi clítoris reaccionó al instante y palpitó con fuerza bajo sus dedos.

Yo le desabroché su camisa y le arañé la piel del pecho. Estaba caliente, sentía su calor en las manos. "El chico de los ojos color carbón" se separó de mí y me tumbó sobre la cama muy despacio, sin dejar de mirarme.

-Me encantas – susurró, con la voz de orgasmo.

Fundimos nuestras pieles con las sábanas, y empezamos a tocarnos con locura. Él besó mi cuello, mi pecho, el corazón que me latía acelerado. Yo suspiraba, con los ojos cerrados, sintiendo cada caricia muy dentro. Notaba cómo chorreaba, como le palpitaba el cuerpo. La piel me pedía a gritos que me tocaran, arañaran y encendieran cada poro.

-Vuélveme loca, "chico de los ojos color carbón"– gemí, cuando él rozó mis muslos con los labios.

Me estremecía, suspiraba. El vaho manchaba nuestras pupilas. Pero "el chico de los ojos color carbón" no dejaba de besar mis muslos, de acariciar con dedos expertos aquel rincón que latía con violencia. Él también se estaba volviendo loco, sentía que la verga le estallaría dentro de los pantalones. Mi cuerpo jugaba a moverse y gemir, como si no pudiera aguantar sus caricias. Verme con los ojos velados y los labios entreabiertos, jadeando, era como una deliciosa tortura para él.


-Ven aquí, quiero mirarte a los ojos – yo sonreí y me levanté.

Mis ojos brillaban, los del "chico de los ojos color carbón" se rendían. Se sentia una mezcla de carne y sonrisa, de orgasmo y besos. Me apreté contra él en un abrazo que me resultó infantil, y volví a besar su cuello desnudo, que olía a historia de las buenas. Me separó de su cuerpo y me contempló un instante que resultó infinito. Yo, con calma, le bajé el pantalón y saqué aquella verga que susurraba.

-Oh, dios, Cristina – gimió él cuando me la llevé a los labios.

Yo chupé como una glotona, saboreando cada suspiro del "chico de los ojos color carbón" como si fueran propios. Me gustaba sentir aquella mole de carne caliente dentro de mi boca, notar su calor, su vida. Miré al "chico de los ojos color carbón" y se me escapó una sonrisa. Lo tenía entre las manos, habría hecho lo que yo le pidiera. Pero fue él el que pidió, y yo concedí como una niña buena.

-Cristina, Niña, ven, quiero… tengo que tocarte.. – mezcló suspiros y palabras.

Dejé que "el chico de los ojos color carbón" se pusiera sobre mí, que buscara aquel lugar que chorreaba, su propio sexo empapado de lascivia. Sin pensar, con los ojos clavados en los mio, él fue penetrándome, despacio al principio, con ansia animal luego. Y yo acompasé mis caderas, mi cuerpo entero, al movimiento de él, a aquella embestida que se repetía al compás de mis gritos ahogados. Nos apretamos en un abrazo que lo contenía todo, oliéndonos la piel como si nada más importara, como si aquel instante, dentro de una habitación, en la casa de su tía, fuera demasiado especial o demasiado mágico como para dejarlo escapar.

-Eres preciosa– Me susurró él, al borde de la nada, con el cuerpo estremecido ante lo inminente.

-Te quiero – respondí en silencio.

Y en medio de aquel diálogo incompleto, los dos nos rompimos, sin parar de movernos, adelante y atrás, entrando y saliendo, como si el mundo entero se hubiera detenido en aquel orgasmo que agitaba nuestros cuerpos  con tanta fuerza que creimos no poder regresar a la realidad nunca. Yo estallé en mil pedazos, y tuve que morderme el labio para contener el grito que subió por mi garganta. Mi pulso me resonaba en los oídos y en el cuello mientras mi clítoris se contraía espasmódicamente una y otra vez.

Él se derramó dentro de mí, acabando los dos con nuestros nombres enlazados entre las lenguas que volvían a besarse. "El chico de los ojos color carbón" cayó sobre mi cuerpo, empapado, y, contra toda lógica, buscó mi abrazo. Apoyó la cabeza contra mi pecho y sintió los latidos de mi corazón.


(......)

REALIDAD+FICCIÓN

5 de marzo de 2010

Pablo Milanes

-Para acompañar esta noche fria y lluviosa os dejo esta delicia de canción: ¡disfrutarla!

http://www.youtube.com/watch?v=tFSuRrEE0ug



EL BREVE ESPACIO EN QUE NO ESTAS

Todavía quedan restos de humedad, sus olores llenan ya mi soledad,
en la cama su silueta se dibuja cual promesa
de llenar el breve espacio en que no está...


Todavía yo no sé si volverá,
nadie sabe, al día siguiente, lo que hará.

Rompe todos mis esquemas, no confiesa ni una pena,
no me pide nada a cambio de lo que dá.


Suele ser violenta y tierna,
no habla de uniones eternas,
mas se entrega cual si hubiera sólo un día para amar.


No comparte una reunión,
mas le gusta la canción que comprometa su pensar.


Todavía no pregunté «¿te quedarás?».


Temo mucho a la respuesta de un «jamás».


La prefiero compartida antes que vaciar mi vida,
no es perfecta
mas se acerca a lo que yo simplemente soñé...



CAPITULO 2.

Pensé en él a la mañana siguiente en la ducha, mientras me lavaba el olor a tabaco del pelo. Pensé en él mientras me depilaba las piernas, las axilas, y el vello púbico. Me miré al espejo mientras me cepillaba los dientes, e intenté ver mis ojos desde su punto de vista.


Eran marrones con unos reflejos verdes y dorados que se veían si uno se fijaba bien. Muchos hombres los habían elogiado, quizá porque decirle a una mujer que tiene los ojos bonitos es una manera segura de averiguar si va a dejar que le pongas una mano en el muslo. El desconocido de la noche anterior sólo había elogiado mi forma de bailar.

Pensé en él mientras me vestía para salir a pasear. Me puse unas sencillas bragas blancas que resultaban cómodas tanto por el corte como por la tela, un sujetador a juego que tenía el punto justo de encaje para resultar atractivo, pero que estaba diseñado para sujetar más que para realzar, unos pantalones vaqueros, y una blusa blanca con botones. Elegí vaqueros y blusa como siempre, para que la elección me resultara más fácil y porque son unos colores cuya simplicidad me resulta relajante.

Pensé en él mientras paseaba. Llevaba unos auriculares, el escudo de los tiempos modernos, para evitar que algún desconocido me dirigiera la palabra. El paseo me sentó bien conseguí relajarme y quitarme esa sensación a resaca.

Esa noche, como de costumbre antes de dormir, entre unos minutos al mesenger para revisar mis correos.
Al iniciar sesión me encontré con que uno de los chicos de la noche anterior (el que se iba a casar) me habia agregado. No recuerdo muy bien en que momento le dí mi mesenger, pero era obvio que se lo dí.
Esa noche me quede mas tiempo de lo normal en mesenger, porque en mi cabeza estaba la idea de que si habia publicado mi direccion de correo la noche anterior pues "el chico de los ojos color carbon" tambien debio enterarse o anotarla.. Y allí estaba esperando que el tambien quisiera ser mi amigo en mesenger.
Dada la situación y que yo no podia parar de pensar en "el chico de los ojos color carbón" le pedí a su amigo su dirección de correo.
¿Que?
¿Acaso siempre tienen que dar el primer paso los hombres?
¡Me gustaba! ¡Y mucho!
Y para colmo... no habia intentado follar conmigo...
Creo que eso era lo que hacia aún mas dificil quitarmelo de la mente.
Deje el portatíl en la mesilla esperando a "cientificoloco" (que es como se hacia llamar en mesenger) y me acomodé placidamente en la cama.
Mis pensamientos volvieron a torturarme con la noche anterior..
...el baile, su aliento sobre mi cuello, su mirada, musica de fondo...
Cuando me quise dar cuenta me estaba retorciendo entre las sábanas y frotando una pierna con otra, ya a punto de comenzar a masturbarme suena en mi portatil el típico sonido de "alguien ha iniciado sesión"...
¡Era él!
Deje lo que estaba haciendo para emtablar conversación con él.
Fue interesante.. comenzamos recordando detalles de la noche anterior, coincidimos en música con el gusto por Arjona y ¡así como quien no quiere la cosa! me invitó acudiar al concierto que Arjona daria un mes despues en Madrid.
Me enseñó en video a sus amigos y resumimos un poco nuestra vidas.
Una bonita despedida acompañada de un bonito: "Buenas noches" me sirvieron para irme a dormir feliz.


(...)